martes, 25 de mayo de 2010

PARICION

(un cuento de Roberto A. Martínez)



Era media mañana, la fina garúa caía molesta y persistentemente.
El joven hablaba con una muchacha y un hombre muy mayor, la charla era amena y el viejo asentía con la cabeza, fue entonces cuando lo vio avanzar decididamente hacia la puerta, y disculpándose de sus ocasionales acompañantes comenzó a correr,
- ¡Pará! ¡Domingo pará…!-, el grito pareció perderse entre el bullicio de la multitud. Corriendo aún más, apartando a su paso a quienes no paraban de mirar hacia el balcón se lanzó tras él.
Cuando lo tuvo cerca lo agarró por el hombro haciéndole dar una vuelta completa, casi caen sobre la tierra apisonada.
- ¡Pará!, ¡hermano…pará! – su voz sonaba entrecortada y no dejaba de jadear… - que hacés… ¡¿estás loco?!-, sin darse cuenta habían pasado las columnas y estaban a escasos metros de donde dos soldados, vigilaban celosamente la tremenda puerta cubierta de herrajes.
Domingo lo miró pareciendo no entender. Su voz sonó firme,
– ¡Vos que hacés! ¿no fue claro Hipólito?... ¿qué dijo anoche?… a ver… ¿que dijo?… no se cumplen los objetivos… actuamos… - elevó aún más la voz - ¡es precisamente lo que voy a hacer! -, moviendo el hombro trató de separarse de la mano que lo sujetaba.
La gente se arremolinaba en la calle, había gritos y vivas. Todos pugnaban por acercarse y saludar a los hombres que saludaban desde el balcón.
El lo había tomado por las solapas inmovilizándolo.
- ¡Guardá eso! ¡Guardalo carajo!-
Domingo no dejaba de miralo fijamente a los ojos. Estuvieron así un largo rato. De a poco la presión fue cediendo y entonces lo soltó, Domingo se acomodó la chaqueta, y dándole la espalda comenzó a alejarse.


Las primeras luces de la noche iban ganando las calles donde mucha gente todavía transitaba, había un bullicio constante mezclado con gritos y algún estruendo.
Los dos venían caminando despacio, el lo llevaba con su brazo sobre el hombro. Alguien los saludo a su paso, y mezcló su voz con los ladridos de dos perros que se disputaban un pedazo de comida.
Domingo meneaba la cabeza de un lado a otro.
- … ese hijo de puta nos va a cagar… ¡nos va a cagar!-
- Pero pará Domingo… ¡pensá un poco coño!, Mariano está ahí, el no lo va a permitir…-
Siguieron bajando por la calle que se iba oscureciendo a medida que avanzaban. El negocio estaba cerrado y a oscuras, desde una ventana se observaba un pequeño resplandor.
Domingo dio cinco golpes acompasado a la puerta. Después de unos minutos la puerta se abrió con un largo chirrido, y apareció un hombre de mediana edad sosteniendo un candil que temblaba con la brisa del anochecer. La luz destacaba los finos rasgos del rostro; al verlos, apoyó el candil en una breve y alta mesa y les salió al encuentro.
- ¡Domingo! ¡Antonio! les estábamos esperando – y mientras hablaba se confundió en un largo abrazo con los recién llegados.
- Pasen, ¡pasen hombre!... ¿pero que traes allí?-
Antonio le extendió la mano y abriéndola le entregó varias cintas.
- Algunos no vinieron… -
Domingo lo interrumpió
- Hipólito, hemos estado hablando todo el día con Antonio… esto no salió como esperábamos… yo creo que…-
Ahora fue Hipólito quien interrumpió
- Es cierto lo que dices, pero es muy temprano para analizar estas cosas… - hizo una pausa como hilvanando ideas - … estos hechos ocurridos en la mañana… ¿no les parece?...
Tomando el candil los hizo pasar y luego cerró la puerta meticulosamente, hacia los fondos se escuchaba un murmullo a media voz, comenzó a caminar mientras ellos lo seguían, de pronto se dio vuelta y acercándole el candil a las caras…
- Saben una cosa?... tengo como un extraño pálpito, tengo una sensación acá – se llevó una mano al lado izquierdo del pecho – siento que lo que ha pasado hoy es sólo el principio de algo muy grande… algo que dará que hablar por mucho tiempo, por cien o doscientos años… - sonrió, levantó el índice de su mano izquierda -, y aún más…
Afuera volvía la garúa y se empezaban a callar las voces.

Los perros seguían furiosos la disputa por un trozo de carne.

1 comentario:

Anónimo dijo...

execzional compañero, buenisimo...

Fernando Luis