jueves, 17 de noviembre de 2011

La vida por Perón




Reunidos frente a la iglesia del cura Farinello, en Quilmes, alguien se acordó de una frase dicha unos días antes, algo así como que “el que tenga piedras que lleve piedras”.



Caminamos toda la noche bajo la persistente llovizna de aquel día.



Al salir seriamos unos ochenta, y a las horas de andar éramos miles, a nuestro paso nocturno se nos iban acercando más y más compañeros, algunos que esperaban nuestro paso para sumarse y otros que simplemente salían de sus casas y comenzaban a caminar con nosotros.



Recuerdo que en un momento y mientras pasábamos por un barrio de casas bastante lindas se escuchó un chistido, que presumimos era una respuesta a nuestro paso lleno de algarabía, cantos y consignas, en el silencio que se hizo uno de los cumpas gritó “se ve que este barrio es un barrio gorila!”, inmediatamente desde una de la casa se escuchó la voz de una mujer “¡estas equivocado chiquito, acá somos todos bien peronistas!”. Los tambores y las consignas arreciaron.



En Monte Grande desafiamos y burlamos los tanques al grito de "¡Perón! ¡Perón!", y a partir de allí avanzamos sobre las vías del tren.



Antes de llegar a El Jagüel, precisamente donde hay un pequeño puente (pasa un afluente del Matanza), un grupo del Ejército Argentino de aquella época, apostado en la Ruta 205, comenzó a disparar un cañón haciendo fuego rasante sobre las vías a la altura del puente, por dos o tres veces intentamos rehacernos, finalmente decidimos avanzar a la vera del terraplén por el lado opuesto a la ruta. Al río lo cruzábamos como podíamos, la mayor parte caíamos a la mitad del curso de agua (que nos llegaba a la cintura) y salíamos llenos de barro. El cañón se había callado pero ahora se escuchaba el tableteo de los Fal; supongo que no tiraban a matar pues hubiese sido una carnicería, llegamos a un barrio muy humilde, tipo villa, muchos nos refugiamos en casas de vecinos que solidariamente nos dejaban pasar; en las calles de ese barrio se vivían escenas tremendas, carriers levantando barro mientras desde arriba tiraban rafagas hacia los techos de las casas, el silbido de las balas era interminable.



Un vecino, desde su casa les contestaba con una escopeta. Había corridas y escaramuzas en cada esquina.



Esto debe haber durado unas dos horas o más.



Cuando se escuchó el vuelo del avión por sobre el barrio el griterío fue infernal. Perón había vuelto.

No llegamos a verlo, la mayoría no llegamos a Ezeiza… no tuvimos la oportunidad de mostrar un paraguas frente a los fotógrafos.

Pero junto a cientos de miles de compañeros demostramos que estábamos dispuestos a dar la vida por nuestro Líder y por nuestra Patria

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