domingo, 7 de junio de 2009

LOS CUENTOS INFANTILES

Cuando era chico, mi extrañada Abuela Pancracia, solía contarme cuentos para que me durmiera. Siempre, sus cuentos terminaban “…y fueron felices y comieron perdices”.
Según cuentan mis mayores yo me dormía sonriente y feliz...

Pasado el tiempo, y ya mucho más grande, me sucedieron dos cosas: por un lado, dejé de creer en los cuentos (... infantiles, porque de los otros, creí en varios), y por otro lado me entró una honda preocupación por saber qué había pasado después de lo que me contara mi abuela. E incluso, llegué a preguntarme por ciertas cosas sucedidas dentro de los cuentos.

Es así que muchas noches me quedé despierto pensando qué habría sido del leñador que salvó a Caperucita. ¿Se habrá casado con ella, o habrá ido en cana por estupro?; cuando el Patito Feo se convirtió en cisne, y decidió casarse, ¿Invitó a alguno de sus antiguos hermanos para que fuera el pato de la boda? ¿Qué fue de esos discriminadores patos cuando crecieron? ¿Es verdad que se convirtieron en pato a la naranja?. Cuando el Príncipe besó a la Bella Durmiente, ¿Tenía buen aliento?; al entrar Pinocho en su adolescencia, ¿exploró las posibilidades eróticas de su nariz al mentir? En el caso de Blancanieves, ¿se llevó a vivir a los enanitos con ella? Los pajaritos que se comieron las miguitas de Hansel y Gretel, ¿lo hicieron por hambre o de puro hijos de puta?

También me preguntaba qué opinarían las perdices, de ser siempre las proveedoras del plato principal del final del cuento, pero ésa es otra historia, y ya sabemos que la historia la escriben los comedores, no los comidos...

Un caso paradigmático de estas dudas, es la historia de Cenicienta. Un cuento infantil que ha sido fuente inagotable de inspiración de todos los autores de telenovelas. Es más, lo único que falta es que en una placa digan que el zapatito que pierde la protagonista es gentileza de Ricky Sarkany.

Con respecto a dicho cuento, la pregunta que me desveló era: ¿qué había sido de la vida de las hermanastras? Envidiosas, crueles, taimadas… ¿Las habría llevado Cenicienta a vivir al Palacio Real con ella? Por supuesto, el sentido común me decía que no, pero entonces, qué curso habían seguido sus vidas?

Hace muy poco tiempo, encontré por Internet, un capítulo en castellano del libro “Kid’s Tales. New Revelations”, del escritor y economista alemán radicado en Nueva York, Lüge von Lügenhaft Verlogen que me develó la incógnita. El capítulo de mentas se titulaba “La Cenicienta: el destino de sus hermanastras”.

En este fragmento, el autor comienza contando que si bien la Cenicienta y el Príncipe “fueron felices y comieron perdices”, al ir asumiendo más responsabilidades de Estado, se dieron cuenta de que no todos comían perdices. Es más, se percataron entonces de que, en realidad, las perdices eran de unos muy pocos nobles. Ellos se pusieron entonces a tratar de que las perdices fueran más y mejor distribuídas en el reino.

Pero Lüge von Lügenhaft Verlogen deja rápidamente este tópico, remitiéndonos a su ensayo “Verteilung rebhuhn”, que traducido sería algo así como “De la distribución de las perdices”, que próximamente será traducido al castellano, según asegura en su blog de Internet.

Vuelve entonces a la vida de las hermanastras de Cenicienta. La mayor, considerada por su madre “el chiche” de la familia, se casó con un noble y gracias a él logró entrar en la realeza. Si bien fue tratada con respeto y consideración (por su marido), no logró brillar demasiado en la corte y siempre mantuvo una actitud hosca y hostil hacia Cenicienta. No desperdiciaba oportunidad para criticarla, y se ponía roja de furia cuando alguien alababa la belleza, sencillez e inteligencia de la princesa. Y aunque todo el mundo estuviera de acuerdo con alguna medida del Príncipe reinante, ella (la hermanastra) llevada por su envidia, siempre le encontraba reparos. Y así transcurrió su vida, carcomida por la envidia y el resentimiento.

En cuanto a la otra hermana, mucho más bullanguera que ella, pasó por varias etapas. Nos cuenta Lüge, que se llegó a casar, a tener familia, pero que esa etapa no le duró demasiado. A partir de su separación, entró en algo así como en un estado místico-gastronómico-predictivo, creyéndose, en primer lugar, el dedo de Dios en el Reino, apuntando siempre al Príncipe y a Cenicienta, y llenando baúles y baúles de papeles con denuncias que morían arrumbadas en algún galpón judicial, dado que nunca llegaban a nada. Pero no sólo eso, sino que – evidentemente por su angustia oral (diría un freudiano) - su apetito se convirtió en voraz e incontenible. Y juntando ambas cosas, salió a comerse a los chicos crudos, porque nuevamente se convirtió, esta vez, en la viva reencarnación de Nostradamus.

En esta última etapa se dedicó a recorrer los pueblos, con vaticinios apocalípticos acerca de lo que sucedería si la Cenicienta y el Príncipe seguían reinando. Al principio, algunos ingenuos pueblerinos creyeron sus profecías, pero pasado el tiempo, y viendo que no se cumplía ninguna, sino todo lo contrario, la fueron dejando de lado. Obviamente, no todos, porque, nos cuenta Lüge von Lügenhaft Verlogen, que un grupo de nobles que deseaba vivamente que el Príncipe y Cenicienta se dejaran de intentar el mejor reparto de las perdices, no sólo la apoyaban, sino que trataban por todos los medios de difundir sus ideas.

Lüge von Lügenhaft Verlogen termina diciéndonos que en definitiva, ninguna de las hermanastras fueron capaces de soportar la envidia que les provocaba el hecho de que Cenicienta llegara adonde ellas nunca pudieron llegar.

Para finalizar, debo confesar que últimamente leer diarios y ver televisión me inspiran hermosos recuerdos de mi infancia.

Miguel Angel Ceriani

No hay comentarios: